General Motors está viva y Detroit está muerta.

25.07.2015 22:38

 

 

 

 


En bancarrota: La transformación de Detroit acaba de completarse, con el parque de diversiones del socialismo sucumbiendo a un gobierno fuera de control; un recordatorio de que el gobierno no es la solución a nuestros problemas, sino su causa.

La sabiduría de las palabras del presidente Reagan se han perdido bajo una administración que cree que el gobierno es la entidad de la cual emanan todas las bendiciones, igual que se perdió la observación de Margaret Thatcher sobre el problema del socialismo: que en algún momento se te acaba el dinero de otras personas.
 

El pasado 13 de octubre el presidente Obama presumía así en un discurso semanal que hizo sobre la industria automotriz que él supuestamente había rescatado: “Nos negamos a tirar la toalla y no hacer nada. Nos negamos a dejar que Detroit se fuese a la quiebra. Aposté por los trabajadores y por el ingenio de los estadounidenses, y tres años después esa apuesta está dando sus frutos, y a lo grande”.
 
Menos de un año más tarde, la industria automotriz estadounidense sigue desde luego sobreviviendo, impulsada en su mayor parte por la Ford, la empresa que se negó a aceptar la ayuda del gobierno y a trasplantar extranjeros a los estados con “derecho al trabajo”. Hasta General Motors (“Government Motors”) se ha visto obligada a apoyar por lo menos de palabra el mercado libre para evitar que sus clientes se vayan, mientras sigue aceptando subvenciones para su Chevy Volt.
 
La ciudad de Detroit, sin embargo, está muerta, y han sido los sindicatos y el gobierno los que la han matado. Michigan se convirtió recientemente en un estado con derecho al trabajo, pero ya era demasiado tarde para salvar a una ciudad endeudada con los sindicatos. Como el sindicato de los United Auto Workers ayudó a destruir la industria del automóvil en Detroit y sus alrededores, no es casualidad que Mercedes-Benz decidiera fabricar el líder de sus vehículos utilitarios en una nueva y flamante planta en Vance, Alabama.
 
Los costes fijos laborales han sido un yugo alrededor del cuello de Detroit. Hasta hace poco, la remuneración y los beneficios totales de un trabajador a tiempo completo en los Tres Grandes eran un promedio de $140.000 al año, contra $80,000 para sus competidores extranjeros. Añádele a eso unos $2,000 o más por coche, para la salud pública y las pensiones de los jubilados de los Tres Grandes, y lo que hay que preguntarse no es por qué Detroit fracasó, sino por qué no lo hizo antes.
 
La respuesta de Detroit a un entorno de negocios en declive fueron más impuestos, menos servicios municipales, y enormes pensiones para los trabajadores en la única área que estaba creciendo: el gobierno. La deuda no asegurada de $11 mil millones que tiene la ciudad incluye $6 mil millones en salud y otros beneficios para jubilados, y $3 mil millones en pensiones, todo eso para sus 20.000 pensionistas, para los miembros de sindicatos del sector público que ayudaron a Detroit a postrarse.
 
Ante la incompetencia del gobierno, fue el pueblo de Detroit el que se declaró en huelga. Detroit perdió un cuarto de millón de habitantes entre el 2000 y el 2010. Una población que en la década de 1950 llegaba a 1,8 millones ahora tratando de no bajar de los 700.000. Gran parte de la clase media y montones de empresas también huyeron, llevándose con ellos sus dólares de impuestos.
 
Detroit es el fruto podrido de un socialismo progresista sin límites. En 1960, Detroit tenía el mayor ingreso per cápita en los EE.UU.; hoy, es la más pobre de las grandes ciudades. Se estima que unos 78.000 hogares en la ciudad están deshabitados, y en el 2011 la mitad de los ocupantes de sus 305.000 propiedades inmobiliarias no pagaban ningún impuesto. Alrededor del 40% del alumbrado en la calle no funciona.
 
Detroit tiene 264.209 hogares, de los cuales 91.204 – un 34,5% – recibe subsidios para alimentos. Sólo el 54,3% de los residentes de Detroit participan en la fuerza laboral. Esa es la imagen del futuro del país: si seguimos por el camino que quiere el presidente Obama, Estados Unidos se convertirá en Detroit, con la única diferencia de tener una máquina de imprimir billetes.
 
En efecto, lo que más asusta es que es Detroit en lo que Obama esencialmente quiere transformar a los Estados Unidos: un lugar donde la riqueza es redistribuida, no creada; en el que el gobierno elige a ganadores y perdedores; en una economía en la que a la larga todos acabamos perdiendo.
 
En un discurso en la Ohio State University en mayo, Obama les dijo a los graduados que no escuchasen “las voces que sin cesar advierten que el gobierno no es nada más que algún tipo de entidad siniestra, la causante de todos nuestros problemas”.